martes, 2 de noviembre de 2010

Tengo una pena inmensa y ancha


Tengo una pena inmensa y ancha.
De esas que te van devorando, y no te enteras.
Un amigo enferma.
Enferma de verdad.
No ese tipo de gilipolleces
que se sanan con veneno de la Bayer.
Este amigo está enfermo.
Es fuerte.
Tan fuerte como un árbol milenario.
Como sus raíces enredadas
en el tiempo.
Es fuerte. Y está enfermo.
Lo veo tras un cristal.
Esquivo mi mirada horizontalmente
a través de las líneas de una oscura persiana.
Ahí está él.
Sonríe como una flor en invierno.
Su voz cruza el telefonillo
buscando mi corazón. Y
lo encuentra. Para eso fui hasta allí.
Yo disimulo mi pena inmensa y ancha.
Es tremendamente amplia pero la se esconder.
Ya la vencí otras veces. La conozco bien.
Pero irremediablemente vuelve a resucitar.
Se apodera de mis ojos. Los ahoga en su piscina.
Ya me cansé de comprobar que Dios está muerto
o es tuerto.
Mi amigo sonríe.
Aunque no es consciente
Va armado de esperanza,
de vida, de sangre nueva.
Salgo del hospital.
Los coches. El viento. La luz. La histeria.
Todo continúa en su sitio.
Pensé que la pena lo habría matado todo.
Pero todo sigue ahí.
Sobre todo la vida.
Como la de mi amigo.
Que sigue muy viva.
Que sigue muy vivo.

Paco

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