De la herida de un amanecer confuso
extraigo conclusiones entre renglones
y sorbos de soledad azucarada,
me pesan los dedos, su irremediable desgaste,
unas ideas alcanzando la forma de desuso
una vasta desgana me hunde
en las profundidades del silencio.
Aquí estoy, tan invisible como siempre,
tan lejos pero tan cerca como siempre,
para el que quiera y para el que no me quiera,
tan humano como el dolor de esta mano
que lleva más de un mes acompañándome,
aquí sigo, en plena descomposición
sintiendo el amor más intensamente
que nunca, su perturbador aroma,
su tacto abrigando mi corazón
su ansiedad agrietando mi pecho
el amor como equilibrio de la descomposición
y firmo desde aquí un pequeño adiós
como una vaga sombra en una fría noche
de invierno, con ganas de desaparecer
de hundirse entre las caricias de las sábanas
entre las tragedias del insomnio
y huir, huir, huir
de todos, de los calabozos rítmicos
de la sociedad, de la estupidez
incalculable de este lugar, e incluso,
cómo no,
huir de mi mismo, de cuando me doy miedo,
y en ello ando, descalzando los dedos,
fregando los miedos y diciendo adiós,
con mi esperanza pegada con tiritas baratas
y con mi sonrisa navegando en tu boca.
Y eso es todo.
Paco
La voz habla, el deliro manda, se mezclan las voces, se unen los sentimientos. ¿Quién no ha hablado nunca consigo mismo? Cuando la voz y el delirio se mezclan, nace una nueva esperanza. La tuya, la mia... el descanso, la victoria de unos huesos descartados en la partida, la victoria de una lengua transformada en tinta, en sudor, en palpitación, en ansiedad dispersa. La voz y el delirio. Amigos inseparables desde que el delirio le dijo a la voz: Este puede ser el principio de una gran amistad.
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