La voz habla, el deliro manda, se mezclan las voces, se unen los sentimientos. ¿Quién no ha hablado nunca consigo mismo? Cuando la voz y el delirio se mezclan, nace una nueva esperanza. La tuya, la mia... el descanso, la victoria de unos huesos descartados en la partida, la victoria de una lengua transformada en tinta, en sudor, en palpitación, en ansiedad dispersa. La voz y el delirio. Amigos inseparables desde que el delirio le dijo a la voz: Este puede ser el principio de una gran amistad.
Vengo muy satisfecho de librarme de la serpiente de las múltiples cúpulas, la serpiente escamada de casullas y cálices: su cola puso acíbar en mi boca, sus anillos verdugos reprimieron y malaventuraron la nudosa sangre de mi corazón. Vengo muy dolorido de aquel infierno de incensarios locos, de aquella boba gloria: sonreídme./
Sonreídme, que voy a donde estáis vosotros los de siempre, los que cubrís de espigas y racimos la boca del que nos escupe, los que conmigo en surcos, andamios, fraguas, hornos, os arrancáis la corona del sudor a diario.
Me libré de los templos: sonreídme, donde me consumía con tristeza de lámpara encerrado en el poco aire de los sagrarios. Salté al monte de donde procedo, a las viñas donde halla tanta hermana mi sangre, a vuestra compañía de relativo barro.
Agrupo mi hambre, mis penas y estas cicatrices que llevo de tratar piedras y hachas a vuestras hambres, vuestras penas y vuestra herrada carne, porque para calmar nuestra desesperación de toros castigados habremos de agruparnos oceánicamente.
Nubes tempestuosas de herramientas para un cielo de manos vengativas no es preciso. Ya relampaguean las hachas y las hoces con su metal crispado, ya truenan los martillos y los mazos sobre los pensamientos de los que nos han hecho burros de carga y bueyes de labor.
Salta el capitalista de su cochino lujo, huyen los arzobispos de sus mitras obscenas, los notarios y los registradores de la propiedad caen aplastados bajo furiosos protocolos, los curas se deciden a ser hombres y abierta ya la jaula donde actúa de león queda el oro en la más espantosa miseria.
En vuestros puños quiero ver rayos contrayéndose, quiero ver a la cólera tirándoos de las cejas, la cólera me nubla todas las cosas dentro del corazón sintiendo el martillazo del hambre en el ombligo, viendo a mi hermana helarse mientras lava la ropa, viendo a mi madre siempre en ayuno forzoso, viéndonos en este estado capaz de impacientar a los mismos corderos que jamás se impacientan.
Habrá que ver la tierra estercolada con las injustas sangres, habrá que ver la media vuelta fiera de la hoz ajustándose a las nucas,
habrá que verlo todo notablemente impasibles, habrá que hacerlo todo sufriendo un poco menos de lo que ahora sufrimos bajo el hambre,
que nos hace alargar las inocentes manos animales hacia el robo y el crimen salvadores.